viernes, 30 de abril de 2010

NOCTURNAL

Safe Creative #1005176308300
Mientras las musas acaban de dictarme algo parecido a un nuevo relato, me doy el capricho de trasladar aquí uno de mis cuentitos truculentos. Éste lo escribí para mis otras "Voces", las del foro; algunos lo recordaréis.
A todo el que me lea le deseo que pueda verlo como un sueño de verano...,o una pesadilla pasajera.


Despertó lentamente, y le llegó el frío. Sentía embotada la cabeza, le palpitaban las sienes de dolor. Se llevó una mano a la frente y vio unas rozaduras sangrantes en su muñeca; las miró entre intrigada y sorprendida. Acabar de abrir los ojos fue otro duro esfuerzo, no el último.
Aquél frío que la estremecía la obligó a incorporarse, dejó de estar echa un ovillo sobre un suelo de tierra, para sentarse apenas y comprobar que estaba a la intemperie, y desnuda.
Su mente era una vasta llanura de ausencia; ni un solo recuerdo, ni un pensamiento que la guiara en su confusión. No sabía que hacer a continuación.

Aturdida, apoyó las manos en el suelo y se puso en pie. Miró en torno, solo vio noche, sombras, campo. Se abrazó a si misma, en un vano intento de protegerse del frío. Echó a andar; primero un paso vacilante e insuficiente y luego, como si su cuerpo tomara las riendas de su cerebro, avanzó un poco más. Le dolía todo, estaba entumecida, pero aún así, siguió avanzando como un muñeco bamboleante.
La sombra en la que estaba convertida un árbol la atrajo. “Árbol”, le dicto su mente, “árbol, fruta, comida...”. Se dejó caer contra el tronco nudoso y miró hacia arriba. Reconoció la fruta, peras, y su mano se alzó hasta la más cercana y llevó a la boca, con repentina ansiedad, el jugoso alimento . Estaba hambrienta, se dio cuenta mientras devoraba una tras otra varias piezas de la fruta. No se concentró en nada más que en saciar aquél apetito ávido, enfermizo, bajo la única mirada de la luna y un pájaro indefinido que velaba en la espesura .

Arrojó lejos el último resto de su comida y, acurrucada junto al árbol, cerró de nuevo los ojos con ganas de dormir, dormir y que pasara su desconcierto... El temblor del cuerpo la obligó a ponerse en pie. Jadeaba de frío. Se puso otra vez en movimiento, con la extraña sensación de que tenía que seguir andando, no sabía porqué, pero “debía” seguir andando. El estómago repleto puso en marcha su cerebro, su mente se aclaró un poco más, y se encontró pensando en que necesitaba ayuda, eso era lo que buscaba, lo que necesitaba, porque ella “era alguien”, no sabía quien, no podía recordarlo, pero ahora, de repente, “sabía” que era “alguien” y necesitaba ayuda. Y por eso su paso se apresuró un poco más, aunque los guijarros le lastimaban los pies, aunque se sentía muy cansada, aunque el frío atenazaba su cuerpo como un lobo de colmillos afilados.

Atravesaba un campo sembrado. En su pensamiento aturdido se filtró una idea: “campo, alguien lo cuida, busca gente, busca ayuda”. Siguió andando, dando traspiés que apenas tomaba en cuenta. Caminaba encogida, intentando inútilmente cubrir su desnudez aterida con los brazos. Los grillos coreaban su desfile solitario, invisibles testigos de su miedo y sus dudas.
Fue deteniéndose a medida que distinguía una mole oscura entre la oscuridad. Cantos cuadrados, puntiagudo tejado...¡una casa, una vivienda habitada!...¡tenía que serlo!. La esperanza la espoleó más que el frío, y se aproximó en lo que le parecía una alocada carrera, y no eran más que unas zancadas dolorosas y torpes.
Algo ondeaba al viento a su derecha, miró hacia allí y reconoció la palidez de una sábana colgada en un precario tendedero, a unos metros de la casa. Esa simple imagen le recordó su desnudez y un extraño pudor la arrebató, o tal vez fue la promesa de algo protegiéndola del frío, y se desvió para acercarse a la cuerda y arrancar la prenda de un tirón. Se envolvió en ella, y una frágil seguridad la impulsó a retomar sus pasos. Pero algo la detenía, o mejor dicho, algo mantenía atrapado su improvisado vestido y, al mirar atrás, vio a un perro que, surgido silenciosamente de la noche, tironeaba de una punta de la sábana con sus dientes lechosos. Un gruñido gutural se escapaba entre las fauces apretadas del animal, pero su propia furia al verse retenida fue mayor, y empezó a pujar violentamente por la posesión de la tela. Su inconsciente temeridad se vio premiada pronto porque se rasgó el tejido, y ella huyó presurosa y sin dejar de mirar hacia atrás, mientras el perro quedaba quieto y con los dientes aún haciendo presa en un jirón blanco, como sorprendido de su fracaso.
La casa surgió ante ella como una aparición, de repente blanca a pesar de las sombras, y corrió a refugiarse contra una de las paredes. Buscó, frenética, la puerta y empezó a golpearla con ambas puños, anhelante del calor que el interior prometía. Nadie contestaba; dormían, si, debían dormir y no la oían. Pero su insistencia fue inútil, solo un eco de sus golpes se repetía, lejano, apagado, en el silencio abandonado de la vivienda. Temiendo llamar la atención de la pequeña fiera que había dejado atrás, dejó de aporrear la puerta y empezó a rodear el edificio, con la fugaz esperanza de encontrar otro medio de acceso al frustrado cobijo. Las ventanas permanecían oscuras y cerradas, y con la decepción llegó el desaliento. Se dejó caer al suelo y abandonó la cabeza entre las manos, lloraba aunque no quería llorar. Al fin se levantó, ayudándose del muro de la casa para hacerlo, y se refugió cuanto pudo en la sábana que la cubría.

Volvió a caminar, campo adelante, los ojos vigilantes por descubrir algo que previniese alguna presencia humana.
El amanecer era una promesa plateada en la línea del horizonte, cuando divisó una luz al fondo de un camino polvoriento. Tomó aquella dirección, sin querer dar alas todavía a su esperanza enloquecida. Desde lejos comprobó que se trataba de la bombilla que señalizaba un cobertizo enorme, algo parecido a un granero, quizás un establo. Avanzó mientras su pulso se aceleraba, sin notar apenas el frío. Se detuvo a unos metros, cuando oyó unos golpes tras la estructura de madera. Gritó, no sabía qué había dicho, si dijo algo, pero gritó a la soledad de la noche y su propia voz le sobresaltó, como la de una desconocida. La silueta en tinieblas de un hombre salió de la parte de atrás del granero. Se quedó parado, mirándola, justo al lado de la casa. Llevaba en una mano alguna clase de herramienta que se bamboleaba junto a sus piernas. Ella quiso hablar, alzó un brazo suplicante, y calló al suelo en medio de una negrura mayor que la de aquella noche.

Calor, paz, cobijo. Estaba sentada en un banco de madera de una comisaría de policía rural. La sábana era aún cuanto la cubría, pero ya no sentía frío, ni miedo. Solo paz y unas enormes ganas de quedarse dormida, esta vez serenamente, tranquilamente. Un hombre de uniforme se acercó, ella no alzó los ojos para mirarle, estaba cansada, muy cansada. El hombre le preguntó cómo se llamaba. Por un segundo no supo qué contestar, pero sus labios pronunciaron un nombre, como si actuaran desconectados de su cerebro. Y, de repente, supo que aquél era “su” nombre, era ella. El hombre seguía hablando, pero ella ya no sabía qué más le decía. Le alargó un teléfono, y lo cogió con manos temblorosas.

-Vamos, puede llamar...¿de verdad se encuentra bien?- dijo el hombre. Movió la cabeza en una afirmación y se quedó mirando los números del panel telefónico. ¿Llamar?,¿adonde?. Y dejó que sus dedos marcaran un número, autómatas eficaces que hicieron que el monótono sonido de la línea diera señal de llamada.

-¿Diga?- Una voz somnolienta de mujer, algo familiar en ella, una imagen borrosa en su cabeza.

-¿Mamá?-
¿Ella había dicho eso?.

-¿Quién habla?...se equivoca, o ¡es una broma de mal gusto!- Algo de temblorosa irritación en el tono de la mujer.
Y ella sintiendo la imperiosa necesidad de insistir.


-¡No, mamá, soy yo, de verdad!.¡Soy...-
Otra vez aquel nombre, le sonaba extraño aunque sabía que era el suyo. Silencio al otro lado del auricular.

-¡Mamá, por favor, estoy cansada, muy, muy cansada...!-

Oyó algo parecido a un sollozo, una voz quebrada y furiosa al mismo tiempo exclamó:

-¡Esto es cruel, cruel!.¡Mi hija murió hace unos días!, ¡ se cortó las venas, se mató!...¿porqué me hace esto?...-


Luego, un golpe sordo y otra vez la oscuridad.

miércoles, 28 de abril de 2010

Durmiendo con Carlos


Carlos se llama Carlos, pero para su gata es “el tipo grandote”; para más señas, “que me da de comer y me acaricia el pelaje”. Dicho así, podría dar lugar a muchas interpretaciones, pero quien lo piensa es una gata, no hay que darle más vueltas.

Carlos y su gata llevan juntos más de tres años, los mismos que la gata tiene de vida. Ella era un ovillito andaluz, cuando él la recogió y se la llevó a la capital. Se creía el hombre que la quería para que le hiciera compañía, pero fue casi al revés; ahora la gata le tiene a él cuando le necesita, pendiente de sus deseos y su estado de ánimo.


Se sabe ya el ritual diario; Carlos despierta, justo cuando la gata se deja caer de la cama y corre hasta su cajón acolchado, donde se estira y entorna los ojos dorados, como si aún durmiera. Carlos siempre cree que no la despierta al salir del cuarto. Después de desayunar él, aparece de nuevo, trayéndole el desayuno en su cuenco azul; ella se hace la remolona, para que los dedos humanos hurguen entre el pelo del lomo y le hagan cosquillas. Luego, bosteza largamente, estira el cuerpo y se zampa el contenido del recipiente sin pestañear. Él la observa con embelesado afecto, se da la vuelta y se va.

Carlos trabaja en casa, en un aparato que se ha hecho familiar para su gata, pero que al principio les trajo muchas complicaciones; a ella, porque su nivel de curiosidad gatuna se repartía entre aquél cuadradito oscuro que, de repente, se iluminaba con mil colores y el hecho de que jamás le permitieran acercarse; a él, porque ella se acercaba y lanzaba una patita atrevida contra la pantalla o el teclado al menor descuido. Una vez, se le escapó sobre el artilugio ese líquido caliente que debe dejar salir sólo en la caja de arena; la gata supo lo que iba a pasar antes de que el hombre saliera de la cocina y viera el desastre. Evadió por muy poco un palmetazo de la enorme mano de Carlos, corrió a refugiarse en la otra habitación, bajo la cama, y no salió de allí por más que el la llamara, hasta que le oyó roncar, sobre su improvisado tejado. Entonces, se arrastró hacia fuera, saltó a la colcha, y se quedó mirando al cuerpo durmiente hasta estar segura de que no iba a despertarse, para echarse a su lado, acto seguido,el lomo enroscado bien pegado a la espalda del amo.

Ya no suelen pasar esos deslices, y la gata se desentiende del aparato luminoso y el misterioso teclear. Mientras él trabaja, ella se tumba en el sofá, y le mira somnolienta o pasea por la casa. A veces, husmea por la cocina buscando algo para picar entre horas; en una ocasión encontró algo interesante bajo una esquina del frigorífico, tenía sabor a pescado, pero un poco rancio. Aquella noche, le atacaron unas terribles nauseas, y Carlos tuvo que cuidarla. Se pasó la noche entera junto a ella, sentado en el sofá, acariciándola y vigilándole cuando se adormilaba. Por la mañana, la llevó al veterinario, aunque la gata ignora que se le llama así, y le dieron a beber un líquido oloroso que le quitó los dolores. De vuelta a casa, obsequió a su dueño con una sesión de mimos y lametones, pero enseguida se aburrió y se escabulló a su rincón, donde se quedó dormida hasta la hora de la comida.

Hoy, la gata sabe que Carlos está preocupado. No es solo porque no deja de dar vueltas por la casa, sino porque así se lo dice el olor humano que él desprende y solo capta su olfato; es distinto, tenso, cargado de lo que reconoce como miedo y ansiedad. Está así desde que sonó el aparatito con el que habla a menudo. La gata, prudentemente, se ha mantenido apartada de él durante todo el día. No es como cuando les visitó aquella humana alta, cariñosa y habladora, que le robó el lado de la cama junto a Carlos durante unos días. Entonces, él andaba nervioso pero exhalaba olor a felicidad. Ahora, la gata sabe que no es el mismo nerviosismo.

Cae la noche, y el hombre sigue inquieto. El teléfono ha sonado varias veces, y ninguna parece haberle hecho reposar el ánimo. La gata sigue vigilante, en su rincón, agradeciéndole en silencio que se haya acordado de acercarle su comida, como siempre. Él no ha comido nada, ella lo sabe, y por eso le observa con felina preocupación. Al fin, un nuevo timbrazo rompe la tensión doméstica. Carlos se pone ha hablar, ignorando la atenta mirada de su gata. Ella huele de lejos las lágrimas, le oye resoplar, luego reír como poseso. Está por acercarse, pero espera.


Sobre el colchón, Carlos yace con los ojos abiertos. Aunque está a oscuras, ve también las dos rendijas brillantes que son los ojos de su gata, al otro extremo de la habitación. Ella se ha habituado a escucharle decir una repetida frase, ésta noche: “Todo ha salido bien, mamá”; lo decía mientras la tomaba en brazos, le acariciaba entre las orejas, y la abrazaba. Ahora, la gata siente como la tensión del ambiente va descendiendo, casi intuye como el sueño va venciendo los pensamientos del hombre. Él se siente más tranquilo por esas minúsculas dos brasas que rompen la negrura y le advierten de la presencia de su animal. Lentamente, se queda dormido y, entre sueños, deja caer gruesos lagrimones. Es entonces cuando la gata salta a su lado, se echa junto a su cara, y lame las lágrimas con suavidad, mientras le mira como una madre amorosa que vela a un niño.

martes, 27 de abril de 2010

ESPECIALES


Siempre estás en mi corazón, pero una vez me hablaste de un libro, me lo regalaste, me dijiste que lo leyera sin prejuzgarlo..., y me devolviste la calma. Por mucho más que tú y yo sabemos, pero por si no sabías eso, gracias.

Siempre te quise y te querré, pero desde hace casi un año eres mi sombra, mi compañero, mi apoyo, quien comparte mis lágrimas, quien las seca, el primero en celebrar mi alegría, quien me hace reír, quien me cuida y me arropa..Por todo eso, por ser así, por tu generosidad incondicional, gracias.

Siempre te quise, aunque peleamos mucho. Te costó saberlo ver. Solo entonces me ayudaste, me animaste cuando más lo necesitaba, lloraste conmigo y nos abrazamos, recuperamos juntos la sonrisa. Por ese perdón mutuo, por cambiar, por ser más tú mismo, por no ceder en la lucha, gracias.


Siempre estuvisteis ahí, anónimos y tan familiares. Poco a poco, fuisteis siendo más que los que he llamado amigos cara a cara, porque vuestras palabras me han hecho más bien y compañía. Por todo eso, por seguir mis torpes huellas, por ir teniendo afecto a esta desconocida que va dejando de serlo sin darse cuenta, gracias a todos y cada uno.


Y a ti también te doy las gracias, aunque no estés ni quieras estar para mi. Cometes muchos errores, el peor es creer que no me necesitas. Ya te darás cuenta, pero tengo que agradecerte muchas cosas que he descubierto cuando te fuiste: que me queda lo mejor de todo y de todos. Gracias.

...En

Hay muchas clases de experimentar el silencio.No es lo mismo el silencio que marca las pautas en una melodía, que el silencio opresivo de la nada, de la no respuesta, del duelo. No es lo mismo el silencio de una noche tranquila que el que se crea tras un desastre. No es lo mismo el silencio bienvenido, que el temido silencio de la soledad impuesta e indeseada.

Vivimos en un mundo de ruidos, sonidos superpuestos, volúmenes excesivos…Contra todo esto, el silencio parece una bendición, un bálsamo tranquilizador. Un proverbio chino afirmaba: “"no hay que decir nada que sea menos importante que el silencio"; pero para hacer buena esa máxima, habría que tener la clarividencia de saber cuando algo es importante o deja de serlo.

En ocasiones, los silencios entre grupos humanos se hacen tan espesos que incomodan; todos darían algo por que alguien tomara la iniciativa y rompiera ese silencio hiriente, molesto o incluso fuera de lugar. Otras veces, pagaríamos por que se hiciera el silencio, por fin….Y a veces esperamos que una palabra acabe con el silencio que separa, que aliena, que nos convierte al otro en un desconocido inalcanzable.

Algunos espiritualistas enseñan que, en realidad, siempre hay silencio. Está en nuestro interior, solo hace falta saber encontrarlo. Es el silencio de la quietud, de la paz interior, que puede ignorar hasta el más persistente de los ruidos. Es el silencio que da valor a los sonidos, cuando se desea percibirlos. Es la calma en medio de la vertiginosa cháchara de los pensamientos, que nunca cesan.

Ese silencio, bien tratado, asumido y aceptado, da pie a la reflexión serena, a la meditación que no juzga, ni se turba, ni molesta. Claro que es mejor estar en un entorno donde los sonidos sean suaves y agradables, pero es casi mágico encontrar esa paz en cualquier parte, refugiarse en el silencio de “ser”, simplemente.

Y lo anterior no significa dejar de escuchar a quien nos habla, perderse lo que sucede alrededor, o andar sumido en los propios pensamientos. Ese es el error que lleva a la confusión. Lo ideal es estar alerta de que “la habitación son las paredes y su contenido”. Difícil, pero hermoso.

Eckhart Tolle , en su libro “El Silencio habla”- el título ya es significativo- dice: “Observa que en el momento de darte cuenta del silencio que te rodea, no estás pensando. Eres consciente, pero no piensas.” . Y remarca: “ la verdadera inteligencia actúa silenciosamente. Es en la quietud donde encontramos la creatividad y la solución a los problemas”.

El silencio habla cuando dos miradas se encuentran, cuando dos manos se abrazan. Ayuda a expresar el amor, el cariño, el agradecimiento…, y también emociones menos positivas. El silencio es importante, nos acompaña toda nuestra vida, quizás más allá. Hay que devolverle su lugar, su olvidado prestigio, saber utilizarlo.Saber escucharlo.

domingo, 25 de abril de 2010

Casi un caso


"¡Uf, vaya embolao!, ha sido abrir la puerta de casa para irme a trabajar y toparme con el rellano llenito de policías....Lo primero que he pensado es que habían robado en algún piso, pero la sangre se me ha ido a los pies cuando he visto sacar de la puerta de enfrente una camilla con un cuerpo, todo envuelto en uno de esas especies de papeles dorados, como un kindersorpresa...¡Qué susto!, una no está acostumbrada a estas cosas...

Un tipo vestido de paisano se ha dado la vuelta y me ha visto.
"¿Qué hace aquí, señora?", me dice. "¡Pues, qué voy a hacer!,¡vivo aquí!", le contesto. ¡Y va y me suelta que me tiene que interrogar!. Así que me ha interrogado, y vaya decepción; yo ya me había puesto en mi papel de testigo del crimen..., porque, a esas alturas, ya estaba claro que había un crimen.., pues va el tío y empieza bien, preguntándome si he oído ruidos, si conocía mucho al vecino de enfrente...A las dos cosas le he tenido que decir que no, porque anoche no oí más que mi tele a todo volumen, como siempre, que a mi me gusta así y además me libro de oír los golpes que dan en la pared los de al lado, siempre en cuanto la enciendo, y porque al que vivía enfrente no le había visto más que dos veces, y pasando rapidito..., hola y adiós, no había dado tiempo a más, el pobre, si hacia dos o tres días que se había mudado...Pues va el poli y saca un móvil del bolsillo, y yo pienso "ahora es cuando me trasladan a la comisaría, a hablar con el inspector jefe o eso", y él solo me dice: "pues circule"...¿"Circule"?, ¡que yo también vivo aquí, que puede haber un asesino suelto!..., pues nada, que circule...

No le he hecho ni caso, claro, porque parecía que ya se desentendía de mi y acababa de ver por la puerta abierta que el fallecido tenía el recibidor muy bien puesto, pero mono, mono de verdad..., todo diseño, nada de esos muebles que se montan...; pero el cafre del poli ese me ha chafao las vistas, ha llamado a otro que andaba por allí y le dice que "haga bajar a la vecina"...¡qué coraje me ha dado!...Pero, bueno, había que desfilar, así que me iba ya para el ascensor y veo que lo han precintado en ese piso...,si, si, con una cinta de esas, como en las películas...Y,¡hale!, a bajar cinco pisos por las escaleras...Entonces me he dado cuenta de que había más vecinos chismorreando por allí; cada rellano lleno de gente y policías, aunque los policías también cuentan como gente, creo...Pues, hasta la vieja del tercero estaba allí, rebozada en una manta, recién salidita de la cama; ella, que no sale de su casa ni a comprar el pan, que le traen la compra del supermercado de la esquina...He aprovechado para pararme a preguntarle cómo se encontraba, y a ver si de paso me contaba como había quedado con su hija, después de la pelea a gritos del mes pasado, que la oí por el patio de luces...Pues, en eso llega el poli del traje de paisano y me dice que aligere, de muy malos modos…”Mire usted, que esta es mi casa, y que aquí hay una señora mayor…”, he empezado a decirle, para ponerlo en su sitio; pero él me ha lanzado una mirada convincente y he seguido bajando.
Y, justo en el segundo piso, ¡plaf!, me pego un resbalón y bajo rodando hasta el siguiente rellano…Creí que me rompía la crisma, pero solo me he roto un tacón…¡vaya esperpento me he quedado hecha, con el tacón en la mano, medio coja y los pelos todos revueltos!...Y, resulta, que en el portal estaban esperando todos los periodistas, que no sé si eran “paparacis” de esos de la tele, pero llevaban cámaras, hacían fotos y algunos corrían como locos con un micrófono…., aunque alguno había que era un “infiltrado” porque solo echaba fotos con un móvil. Y yo que no sabía donde meterme, pero así no iba a irme a trabajar…; he llamado a mi compañera para que me disculpara con el jefe, que le dijera que en mi casa había ocurrido un percance y me tenían retenida…, algo había que decir. Y la tonta de la Marife, se pone a gritar como loca: “¿detenida?, pero, ¿tú que has hecho?...¡ay, madre, que han detenido a la Carmen!”.
Yo iba a explicarme, y a decirle cuatro cosas por lo que estaba liando en la oficina, pero en eso ha aparecido la ambulancia que se iba a llevar “el cuerpo”…, que una sabe algo del argot ese de los polis. ¡Se ha armado un revuelo!, todo el mundo haciendo corrillo para el portal, los policías abriendo paso y apartando a la gente, empujones, algún que otro grito, y la camilla de cuerpo presente con dos camilleros que la sacaban al trote…Y, entonces, veo en la esquina, escondido detrás de la caseta de la Once.., ¡al vecino nuevo, al muerto en persona, vivito y coleando!. Me iba a dar un soponcio, pero he pensado que no era momento. Nadie miraba, más que yo, porque hasta él solo tenía ojos para el portal y el “show” de los policías y la ambulancia; así que, cojeando por culpa del dichoso zapato sin tacón, me he deslizado sigilosamente hasta donde estaba el aparecido…Porque parecía un aparecido: con barba de al menos dos días y medio, la ropa hecha un desastre, despeinado como yo…,¡y una palidez en la cara que ni un “sidoso” con gripe A de esa!. Me ha visto y ha intentado huir, pero una es muy lista y ha visto muchos episodios del CSI, así que le he agarrado de la manga de la chaqueta y le he dicho: “¡ven p’acá,¿pero tú no estabas muerto?”. Es un chaval de unos veintitantos, así que, aunque figurara muerto podía tutearle sin faltarle al respeto…Me ha mirado con cara de estar ido, o como cuando en el “súper” te gastas más de la cuenta y te pegan el sablazo al llegar a la caja, ¿sabes esa cara de “no puede ser”?, pues así. El pobre ha tenido que tragar saliva varias veces hasta poder contestarme.

“Que yo no sé nada, señora”, me ha dicho, “que yo vengo ahora de estar de farra con los amigos y he visto el follón”. ¡Si, si, de farra y sin saber nada, y se esconde!, le he mirado con mi cara de “a mi no me tomes el pelo, amos anda”, y se ha puesto a temblar, tal cual. “¿Qué es eso de que estoy muerto?”, me dice; y yo, “pues eso, que dicen que te han matao en tu piso, vamos, que yo lo he visto.., el cuerpo presente o del delito”, y él, de repente con ojeras y más paliducho aún, “pues no era yo”, y yo “pues tienes cara de sospechoso…”.

Al final, le he animado a que se entregue, más que nada porque no era plan de quedarse allí hasta la hora de comer. He ido con él hasta donde estaba el policía del morro torcido, y le he dicho: “mire usted, aquí le traigo al muerto, que no está muerto como puede ver”. Luego, se han puesto ha hablar él y el chico; resulta, por lo que he deducido, que el chaval no era de la ETA ni nada, solo informático; se fue anoche con los amigos, y algún listo quiso entrarle en el piso, pero debía ser un pringao,o muy mal profesional, porque al entrar a oscuras se resbaló con el suelo nuevo y encerado y se dio un mal golpe, quedándose allí, mitad en el rellano, mitad dentro del piso. Algún madrugador lo vio y llamó a la policía, que se pensaba que era el habitante del domicilio…Vamos, un asquito de historia, pero ha sido emocionante. Lo peor ha sido que el policía chungo me ha dicho mientras se lo llevaba: “y usted, circule”. ¡Que desagradecido con una heroína!."

viernes, 23 de abril de 2010

QUIZÁS UN ÁNGEL


Esta historia- o una muy parecida- es un pequeño homenaje a álguien que se lo merecía. Me la contaron hace mucho,mucho tiempo.Me he tomado la licencia de cambiar a los personajes por respeto a la intimidad de los protagonistas..., pero debía contarla en un día como hoy, 23 de Abril. Con cariño, para R.R. y su madre.


  JUAN

Había sido buena idea por la mañana, pero ya no lo era tanto. El día empezó soleado, y poner el puesto junto a la boca de Metro garantizaba el paso constante de peatones....Casi todos los despistados se habían detenido, con esa expresión entre el agobio y el alivio de quien enmienda un desliz, a comprar una rosa. Pero, la tarde se fue nublando, y empezó a llover antes de que se encendieran las farolas.
El chaparrón no solo estropeaba las flores, sino que hacía que todo el mundo caminara aprisa, con la mirada baja, o protegidos bajo la mampara de sus paraguas..., imposible vender. Se acabó la festividad de Sant Jordi para él.
Cubrió el cubo donde reposaban, empapadas y sumisas, las rosas encelofanadas, con sus cintas de banderitas. Se protegió como pudo bajo la escueta cazadora, los brazos cubriendo la cabeza cual estrambótica estatua humana de paseo urbano. "¡Joder, qué mala suerte, no me la quito de encima!", pensó, agorero. Rezó al Dios en el que no creía para que parara el chaparrón, para ganar unos euros más, antes de volver a casa, donde una joven esposa y una niña hambrienta le aguardaban esperanzadas. La lluvia arreció.

Alguien se detuvo a su lado, de chiripa reparó primero en los pies pequeños, enfundados en zapatitos negros que la lluvia acharolaba.
"Disculpe, señor"


Él desplegó los brazos para mirar a la dueña de aquella vocecilla dulce, delicada como ala de paloma. Vió unos ojos brillantes como rasgo más atractivo en un rostro redondo, moreno, cuya pequeña boca se perdía entre dos mejillas demasiado rotundas, enmarcadas en una melena azabache y algo mojada bajo la cúpula escasa de un paraguas amarillo chillón.
"Le vi desde la otra "asera", no pude evitar pensar que estaría usted a salvo de la lluvia en el tunel del subterraneo, más que aquí...No es por molestar", dijo la aparición sudamericana, con su meloso entonar las palabras.
Él se quedó mirándola, idiotizado, ¿cómo podía ser tan tonto?, ¿porqué no lo había pensado él mismo?..., fácil: porque allí podía pasar la "pasma" y pedirle los "papeles", y él no quería eso, no quería dar explicaciones nunca más a los "maderos", desde que saliera de la cárcel...Atónito, se quedó mirando a la joven inmigrante. Ella sonrió, y fue como si acabara de encenderse una luz, apareciera un ángel, y el brillante halo del paraguas de ella lo fuera para su cabeza coronada. Empezó a recoger sus bártulos, todavía confuso pero decidido a hacerle caso; ella caminó a su lado hacia las escaleras que descendían a la estación de Metro.

ROSALIN

Sentía arder las mejillas mientras bajaba los escalones poniendo cuidado de no resbalar. El vaho agrio y caliente que emergía del fondo de los túneles no ayudaba a controlar su rubor. Había visto al muchacho de las rosas desde el otro lado de la calle, mientras esperaba el cambio de color del semáforo, y le había parecido una figura patética y atractiva a la vez. ¡Era tan joven!, ¡parecía tan indefenso bajo la lluvia, protegiéndose con los brazos del chaparrón, junto al balde de rosas empapadas!. Estuvo a punto de pasar de largo y descender apresurada al transporte público, confundida entre otra gente anónima y tan cansada como ella; pero no pudo, algo la detuvo y le hizo dirigirse a él, siquiera fuese el sentido común…

Era la primera vez que su atrevimiento la llevaba a tanto; en dos años en el país, jamás se había encontrado hablando tan directamente con un hombre joven y oriundo..,le intimidaban, le hacían sentirse diminuta e inferior, comparada con aquellas muchachas algo más altas, mucho más blancas de piel y muchísimo más desenvueltas que ella, con las que los veía reír o charlar. Y, ahora, estaba aquí, junto a uno de ellos, rubio, alto y de ojos tan claros que le causaban mareo.
Él se paró al pie de las escaleras, distribuyó su carga en el suelo, la miró y sonrió. ¡Qué sonrisa, diosito!, ella no pudo menos que devolvérsela.
“Bueno, pues ha sido buena idea, muchas gracias”, le dijo, mientras se secaba el agua del pelo con las manos. Ella bajó la mirada, azorada, y cuando volvió a alzarla encontró una delgada rosa roja frente a sus ojos.
“Para ti, por ser tan lista”, dijo el hombre, ofreciéndosela. Rosalin alargó una mano algo temblorosa y agarró el tallo, sintiendo que su confusión le nublaba la compostura. “Gracias…, no había motivo”, susurró por ser cortés. Él chasqueó la lengua en un gesto despreocupado.
“Total, a estas horas, no voy a venderlas todas ya”, contestó.
Luego, no sabía muy bien como, ella había echado a andar pasillo adelante, rosa en mano, las piernas aún un poco temblonas tras la turbadora escena.
No fue sino hasta que estuvo en el vagón, embutida entre varias personas, con la rosa contra el pecho como para salvaguardarla de los apretujones, que le asaltó una inquietante reflexión: ¡la patrona de la pensión!, siempre alerta y chismorreando; si la veía llegar con esa rosa, pensaría que había un pretendiente, empezaría a preguntar, lo comentaría con los otros huéspedes…, podía llegar a oídos de Wilson, no le gustaría…No eran novios, pero él la había invitado a salir tres veces ya, ¡y era tan celoso!...Estuvo a punto de soltar la flor al suelo, máxime que con el nerviosismo una espina disimulada se había clavado en su dedo.
Pero entonces reparó en la mujer, la mujer mayor del otro lado del vagón, junto a la puerta y frente a ella. Le asaltó de lejos la tristeza de aquella mujer, la profundidad de sus arrugas, la ternura violentada de su gesto introspectivo. No pudo dejar de mirarla durante un buen rato.

MATILDE

El vaiven del metro la adormecía, pero aún así la opresión en su pecho era muy fuerte. Estaba casi acostumbrada a sentirla, una tenaza obstruyendo su respiración. Eran los recuerdos, la pena constante del último año, no la dejaba en paz. Estaba cansada, muy cansada; se preguntaba cuando reuniría el valor para acabar con todo, para reunirse voluntariamente con su marido muerto…Era cobarde, era débil, debía haberlo hecho meses atrás, cuando la tristeza y el inmenso dolor no le permitían pensar apenas.
Y, en días como hoy, en que todo estaba lleno de significados, los recuerdos volvían con cada imagen cotidiana, y el peso de su pecho crecía como un puño agobiante. Las rosas…,el día de las rosas, del amor, aquella ofrenda sencilla que no había faltado ningún año, ningún día de Sant Jordi, de su Jordi…Él ya no estaba, sesenta años y se había ido, mirándola a los ojos hasta el último suspiro. La había dejado sola, colgada del precipicio de un amor huérfano. La vida no tenía sentido, como no tenía sentido no haber tenido hijos, el fruto esperado de tanto amor, de tanta unión entre ellos dos, por tantos años…
Y, ¡qué tontería!, aquél día lo que echaba de menos era la rosa que hubiera recibido de las manos de él, como todos los años…Era absurdo, pero esa carencia era lo que le estaba dando fuerzas para hacer lo que quería hacer desde que él muriera, morir. Se lanzaría a los rieles, apenas descendiera de aquél tren…Casi no había gente, estaba en el primer vagón, sería fácil, rápido…¡tenía que hacerlo!. Las lágrimas y el miedo pugnaban por escapar, pero los retuvo, apretando los dientes.
Miró su rostro, reflejado oscuramente en el cristal de la puerta automática del tren; le pareció estar viendo un fantasma de sí misma.
Y, de repente, una forma roja, algo que creyó un pequeño corazón por un instante, apareció tras ella en el reflejo; se giró, sorprendida, y vio a una joven bajita y morena, de inmensos ojos negros, ofreciéndole una rosa.
“Tenga usted, señora; mi mamá está muy lejos, me gustaría podérsela dar a ella, pero usted es muy “paresida” a ella, me la recuerda…Haga el favor”.
Matilde agarró la rosa; las lágrimas corrían ya por sus mejillas, pero ella no se daba cuenta, solo era consciente de que estaba sonriendo, y de que sentía mucho amor por aquella desconocida, el amor puro del agradecimiento, de la paz, de la humanidad compasiva . “Gracias”, murmuró, y la joven sudamericana sonrió y se giró para irse. Matilde quiso seguirla con la mirada pero, en un parpadeo, las puertas se habían abierto y la chica morena había desaparecido.
Abrazó la rosa contra su pecho; la opresión había cesado, el corazón palpitaba como loco pero era de una extraña e inmensa alegría. Tenía la seguridad de que, aquél ángel, era un enviado de su marido muerto…,quizás de Dios; había recibido el mensaje apenas vio la flor ante si, apenas miró aquél rostro angelical…Tenía que seguir allí, no sería aquella noche tampoco, porque había esperanza, porque había bondad, porque su ser amado la vigilaba y la protegía…No se despegó de sus labios la sonrisa.

sábado, 17 de abril de 2010

EL RUMIAR DEL BUEY




"Trabajá, hay que trabajá,
otra cosa no se pué pensá,
quien no sabe trabajá,
no es hombre, ni buey, ni ná.


Los hijos pa la mujé,
que ná má sabe hasé,
ella los debe criá,
¡yo nasí pa trabajá!
En el surco me crié,
y pa'lante así tiré,
no me hase falta sabé
más que hay que currá
pa comé...


Trabajá,trabajá,
¡que bonito es trabajá!,
aluego puede descansá,
pa mañana trabajá...


Y no me importa más ná,
quien me vea lo dirá,
"¡hay que vé, trabajadó,
ese buey es lo mejó!"....


Si mi familia dejé,
si a mis padres descuidé,
si relajame no sé,
si de aprendé yo pasé.
Y si no exite pa mi,
otra cosa que ta aquí,
bajo mi yugo apretao,
tirando de este a otro lao,
del surquito bien marcao...
¡Qué me importa ná a mi,
lo que otros han de desí!...


Por un viento me ha llegao,
que están mu desepsionaos,
los que esperaban de mi,
un corasón entregao...
Y disen que he dejao
hasta a mis hijos de lao...
¡qué sabran,atontilaos!,
Ni hijos, ni espabilaos...
Que yo trabajo pa mi,
pa tener mi rinconsito
de forraje, de serrín,
y del amo un golpesito...


Y a la noshe a dormí,
estirao en el jergón,
sin que me venga a desí
la parienta "hasme un rincón"...


¡To pa mi,to pa mi,
porque soy trabajadó!...


Hoy hase musha caló,
eso que tamo en invierno,
¡no me caiga,po favó,
el surco parese eterno!...
¡Ay,que mareo, po Dió!,
paese que toy pachucho,
e igual, ya tiro yo...
aunque no toy pa tirá musho...


¿Y eza zombra que zerá?,
ahí parada en el campo...
recuerda la soledá..,
solo toy, eso es verdá...
pero si quiero la salto..


No la he podio saltá,
me caí al primé intento...
Ahora con otra está,
esta es negra y malencará,
creo que ya no lo cuento...


Las dos me miran mu mal,
¡si aquí estuvieran mis hijos!,
alguien que pueda ayudá....
pa que me diera cobijo.
Desde el suelo y bajo el só
¡que altas se ven las joias!...
La muerte, la soledá...,
pensé que no las vería...


Solo toy y solo muero,
siento ya no trabajá,
mi amo, a quien yo má quiero,
me tendrá que perdoná...."

jueves, 15 de abril de 2010

Paseo marítimo




Él se iba a dar largos paseos junto al mar. El verano estaba en su apogeo, las tardes eran largas, rojizas y cálidas. Seguramente, se paraba en algún bar para tomar una cerveza; miraba la infinidad del agua con ojos soñadores, saboreaba el líquido ambarino, frío. "¡Qué bonito es el mar!", pensaba. Y, lentamente, con la parsimonia de quien tiene mucho tiempo por delante, se levantaba de su asiento y reanudaba su paseo.


Ella languidecía tras las cortinas. El verano era un muro ardiente añadido a ese otro frente al balcón, otro balcón con otras vidas detrás. Solo oía el zumbido del aíre acondicionado llenando la casa, combatiendo con sus pensamientos agobiantes y agobiados por ganar su mente. Soledad, soledad en compañía. Tristeza en el corazón indignado, despechado, doliente. Y, sin embargo,sabía que le esperaba. Quizás si volvía a casa relajado...Quizás habría una palabra amable, un gesto de cariño...¿Donde estaría?,¿donde se iba?, ¿porqué nunca la invitaba a acompañarle?...,¿porqué, si lo hacía, esperaba a estar en la puerta,arreglado y compuesto, sin darle tiempo a estar preparada?...No quería que fuese con él,eso era...Pero si volvía contento, si el paseo le iba bien...


Él llegaba, mohino, se ponía cómodo y ocupaba su rincón del sofá. La televisión encendida,daba igual el programa. Miraba o fingía mirar la pantalla, mientras ella intentaba escrutar su humor, sus gestos, aguardando una palabra. Se sentaba en silencio a su lado, acababa preguntando: "¿como te ha ido?", por iniciar una conversación improbable. Recibía un lacónico "bien", le veía fruncir el ceño y seguir fingiendo interés en el televisor...Ella se iba a otra habitación, a llorar, a rumiar la rabia y la impotencia, la barrera infranqueable de quien lo ha dicho todo, lo ha intentado todo y se siente herida y vacia. Cuando volvía al salón, él dormía con la cabeza ladeada y la televisión encendida...

Se acababa el verano cuando empezó su final. Él se fue para siempre, sin mediar explicaciones. Ella supo que todavía iba a pasear junto al mar, solo, como de costumbre...Le imaginaba meditando "¡qué bonito es el mar!" con una sonrisa en los labios, y arreciaban sus crisis de llanto.

miércoles, 14 de abril de 2010

Queridos desconocidos:


Esto es para vosotros, los primeros que me visitáis en esta mi nueva casa virtual. Lo de desconocidos es porque,en momentos así, es cuando más siente una no saber donde encontraros para miraros a los ojos, para daros las gracias..Pero todos nos conocemos un poquito, de otros sitios,de muchas vivencias y comentarios...Hasta nos hemos hecho compañía cuando lo hemos necesitado...Y,con todo ésto, me da por pensar : ¿donde no puede llegar el calor humano?...Intento decir que también os quiero.

Gracias por vuestros comentarios, gracias por vuestro apoyo. Me esforzaré porque este rincón se haga, si no grande, bueno.

Cuento con vosotros y, ya sabéis,contais conmigo.

También los que aún sois desconocidos, pero podéis llegar a ser queridos.

Saluditos

martes, 13 de abril de 2010

Lágrimas


No pude llorar. A pesar de que la angustia me oprimía el corazón, no pude llorar. A pesar de que me lo pedías mientras tu mismo llorabas, no pude derramar una lágrima. Lo siento. “Llorar desahoga, es bueno”, dijiste. Y yo allí, con la rabia como freno… Veinte años habían pasado desde la última vez que nos vimos. Veinte años echándote de menos. Veinte años preguntándome porqué había dejado de importarte. Veinte años de añorarte en el error. Y, de repente, la primera noticia tuya,después de tanto tiempo, oída como de refilón, es que estás en el hospital, en la planta de los desahuciados. No lo dudé, fui a verte. La família se tiraba de los pelos, que cómo iba a ir a “ese sitio”, que ni siquiera me reconocerías, que estabas muy mal y no era el momento. Yo fui a verte, por mí, por ti, porque lo necesitaba. Y, claro, no me reconocías. La habitación estaba a oscuras, y yo en el pasillo. Había otra habitación al lado,con la puerta abierta, donde una chica de no más de veinte años me miraba con unos ojos enormes desde un rostro esquelético, en su lecho de dolor. Pasé horas mirándome en silencio con aquella chica, y tú a oscuras , mirándome a mí en el pasillo y preguntándote “¿quién será esa rubia?, ¿cuánto rato lleva ahí?”... Al final, me dejaron pasar. Y allí estabas, otro esqueleto más, mi fantasma particular, con los mismos ojos que en el pasado y...nada más. Primero fuimos dos desconocidos tanteándose, buscando en el recuerdo,reconciliando figuras. Luego, vinieron los reproches. Salieron de mi boca como un torrente, malignos, como el mal que te devoraba por dentro. Y tú, patético, resabiado con la vida, solo decías que te dolía mucho. Salí de allí con un enorme sentimiento de desesperación, horror y vergüenza. Vergüenza hacia mí, por mi rabia despechada contra mi antiguo amigo. Y, sin embargo, me llamaste, aquella última vez. La vez en que no pude llorar. Ya estabas de vuelta en tu casa y querías verme de nuevo. Me dije : “será otro fracaso, no es la misma persona y ya es tarde”. Pero acudí, como siempre. Parecías recobrado, sonreías, te ví casi feliz . Querías hablar conmigo a solas, y supe que lo que querías era despedirte. ¡Que ironía, nos encontramos para despedirnos!... La rabia del tiempo perdido, del tiempo sin vernos, ¡Dios,como me pesaba esa rabia!. Te lo dije, y me confesaste tu secreto. Tenías miedo de que yo no lo entendiera, de que te estigmatizara como el resto de la sociedad, de que tu opción en la vida me desagradara tanto que fuera a rechazarte. Así que, no me diste oportunidad, te apartaste de mí, sin decirme nada, marginándote voluntariamente. Te escuché en silencio, era tu momento. Hablaste, ¿cuánto tiempo?, una hora, dos... Y,poco a poco, fue fluyendo en mí el viejo amor que te tenía antes. Poco a poco fui viendo al muchachito de mi infancia,mi compañero de juegos, luego mi amigo adolescente, luego...volvías a ser tú, el de antes, el de siempre. ¡Cuánto te amé,mientras se disipaba mi fustración!. Acabamos riendo, mirando viejas fotografías, recordando el feliz pasado. Pero primero lloraste, se que por mí, por tí, por todo lo perdido, y yo no pude acompañar tus lágrimas con las mías, aúnque me lo pedías casi con insistencia. Por lo menos, me quedé tu abrazo... Ahora, justo estos días,es el aniversario de tu muerte. Lo recuerdo cada año, y vuelvo a mirar tus cartas, tus fotos. Ahora si estoy llorando, ya puedo llorar por tí.
Te quiero.

Solo nos pertenece este instante



Ahora,aquí. Es lo único seguro. El pasado se fue, el futuro no ha llegado. ¿Quién sabe si llegará?. Solo este instante existe, el que estamos viviendo...,¡vaya,ya se fue!...No es cierto, sigue aquí, con la respiración, con el palpitar del corazón,con los sentimientos...El presente es eterno.