viernes, 25 de febrero de 2011

El niño de ayer


El hombre se acerca al niño y se sienta a su lado.

-Hola- dice, y el niño apenas le mira, contesta otro “hola”, y sigue jugando con el objeto que tiene entre sus manos.

-¿Te aburres?- pregunta el hombre.

-Un poco- dice el niño- mi mamá dice que no debo hacer mucho ruido

-¿Qué hace ahora tu mamá?- inquiere el hombre

-Las tareas de casa, como siempre. Ella siempre está ocupada, acaba muy cansada y no tiene tiempo para jugar- responde el niño.

-Y a ti no te gusta eso, ¿verdad?- dice el hombre, como si estuviera seguro de la respuesta.

El niño se gira hacia él, le mira con mayor interés; parece pensar en el comentario.

-No- contesta, al fin- pero lo entiendo, porque siempre es así.

El hombre afirma en silencio; se le ha puesto triste la mirada, parece manejarse con una fuerte emoción, que no expresa.

-Es como los abrazos, o los besos. A veces tienes ganas de abrazar a tu mamá, o a tu papá, pero no te atreves porque están ocupados, y ellos no lo hacen. ¿No es así?- comenta de repente.

Reflexiona el niño, con un poco de asombro. Responde con más confianza, algo más entusiasmado.

-Sí, eso me pasa a veces. Mamá me da un beso todas las noches, antes de dormir; pero mi papá solo dice “hasta mañana”. Me gustaría abrazarles más, sobre todo cuando estoy triste.., o muy alegre. Pero pienso que les parecerá una tontería.

-¿Por qué crees es eso?- pregunta el hombre

-Porque parece que no les gusta, si alguna vez lo hago…Porque los mayores se molestan si les interrumpen cuando están haciendo otra cosa…Porque siempre dicen que los niños hacemos “cosas de niños”…, y me siento tonto, cuando dicen eso.

-Es verdad, entiendo lo que dices, a mí también me ha pasado- asiente el hombre- Sin embargo, ¡cómo necesitas un abrazo en algunos momentos!, ¡qué bien sienta un beso que no te esperas! Como cuando se rompió aquel juguete que te regaló el abuelo, ¿te acuerdas? Se cayó al suelo y se partió; te quedaste desolado, no te podías mover ni dejar de mirarlo allí, roto. Te regañaron por aquello, pero tú deseabas que te dieran un abrazo y poder llorar la pena que te causaba…, querías mucho a aquél juguete, y el abuelo no podía regalarte ninguno más…

-Es cierto- dice el niño, con el recuerdo en los ojos- Estuve triste mucho rato; tenía ganas de que mamá me viniese a abrazar, pero estaba enfadada. Aprendí a esconder lo que se rompía, a partir de entonces.

-Si- refrenda el hombre con un suspiro- Ella no entendía eso, no lo entiende. Como no entiende que te haría muy feliz que te diera más besos, no solo el de “buenas noches”.

-Ya- dice el niño- Lo hacía cuando yo era más pequeño, casi un bebé. Ahora no lo hace tanto, a lo mejor porque está más cansada…

-Puede ser- reflexiona, el hombre- Los mayores nos creamos muchas historias en la cabeza. Pensamos que es por esto, o por aquello, pero no es verdad; no lo sabemos todo, no acertamos con todo. Y pensamos que a los niños les da igual, que no lo notan, que es mejor para ellos que no noten si estamos tristes, o preocupados…

-¿Crees que mi mamá estaría más contenta si le diera yo más besos?- pregunta el niño, esperanzado.

El hombre sonríe, lo piensa un poco, y responde:

-Creo que sí, creo que eso podría ayudarla y que te daría más besos si estuviera más contenta-

-¡Lo haré!- dice el niño, entusiasmado- ¡le daré un beso cuando la vea triste!, arruga las cejas de una manera muy especial, ¿sabes?

El hombre ríe, y sin embargo después parece un poco triste.

-Sí, lo sé. Creo que a ella podría gustarle, la conoces bien. Pero no te sientas mal si hace ver que le molestas, casi enseguida…- le dice al niño.

El niño sonríe y le mira, cómplice.

-Sí, sí, ya sé a qué te refieres. Lo he notado algunas veces; dice que “no me ponga tonto”, pero sonríe a escondidas.

-Bueno, chaval, pues a ver si así va todo mejor. Dile a tu madre que la quieres mucho, después del beso, verás como poco a poco deja de importarle si haces un poco de ruido mientras juegas.

-Vale, lo haré- sonríe el chico, mientras el hombre se levanta para marcharse.

-Me ha gustado hablar contigo- se despide el hombre desde las alturas.

-A mi también- responde el niño.

- No sé si volveremos a vernos, pero recuerda que los mayores se imaginan siempre cosas que no son; demuestra tus sentimientos, que no te los ahoguen dentro- comenta el hombre, antes de darse la vuelta y alejarse, despacio.

El niño se queda mirándole; de repente, ya no se aburre, piensa en ir junto a su madre y rodear su cuello con sus brazos, besarla en la mejilla…, hasta dejará que le haga cosquillas porque ella piensa que le gusta…

El hombre se aleja pensando que no sabe cómo ha ido a parar allí, junto a ese niño, pero que quizás ha hecho algo por sí mismo y por su vida, hablándole. Si algo es cierto, es que se ha reconocido.

sábado, 19 de febrero de 2011

La voz que no cesa


Llega diciendo: “porque, ¿te acuerdas de aquella vez que bla,bla,bla,bla…?”, y le sigo. Me voy tras él, y empiezo a sentir que no estoy aquí, sino allí, donde me ha trasportado. No, miento, no sé siquiera que no estoy aquí, porque me lleva donde quiere sin que me entere.

Hago las cosas mecánicamente, mientras no deja de hablarme. Que si aquello que pasó, que si aquello que puede pasar si hago tal o si hago cual, que si mejor hubiese sido si, o peor será qué…No para, llevándose mis energías y mi presente. Cuando me doy cuenta, ya ha pasado un buen rato, y yo aquí, estando allí.


Si lo que me cuenta es malo, que suele serlo, acabo imaginando un futuro no solo incierto sino oscuro, donde mi vida es un granito del desierto de las miserias desapercibidas. O me deja varada en algún hecho del pasado, que jamás recuperaré, pero que tensa los músculos de mi espalda como si fueran cuerdas de violín; cuerdas de violín que se clavan y hacen daño, pero más me duele ese instante revivido, una y otra vez, aunque ya no existe.


He intentado responderle, airada y harta. Pero lo que pasa entonces es que entro en un diálogo absurdo, donde él tira por un lado, reprocha y ataca, y yo tiro por otro haciendo lo mismo. Es agotador, inútil.


En cuanto logro serenarme con alguna distracción, puede llegar con otro chisme, otro recuerdo, otro viaje al mundo de las emociones que me cambie el humor y me preocupe. Siempre tiene una opinión que emitir, un juicio que hacer, una premonición que anunciar…Y, cuando no habla y habla sin cesar, canta.


Si, si, canta. Muchas veces alguna de esas canciones que tanto se pegan y menos soportas; si un estilo de música no me gusta pero suena en alguna parte, seguro que es el elegido. Y venga estribillo cansino en mi cabeza…


Lo que más rabia me da es cuando prejuzga, avanza situaciones y me pone más nerviosa, cuando ya estoy nerviosa. Imaginaos una situación de cierto compromiso, aunque no sea de vida o muerte- casi ninguna situación lo es- como preparar una comida o una fiesta para unos invitados; lo que tendría que ser agradable e ilusionante, se convierte por su culpa en una maratón caótica y angustiosa. “¿No te olvidas de nada?”, me pregunta mientras preparo lo necesario. “Estoy en ello”, contesto con paciencia, sintiendo que ya tengo que tranquilizarme. “Te vas a olvidar de algo; ten cuidado”, prosigue. “No, no, todo va a salir bien”, le digo, empezando a pensar que a ver si me olvido de algo. “¿Te acuerdas de aquella vez que te olvidaste de comprar pan?, ¿qué pensarían cuando les serviste salsa y no había pan?”; me aseguro de que haya pan, pero tengo ya la sensación de que algo me olvido, aunque no sé que es. “Por cierto, aún tienes que arreglarte; a ver si te quedas sin tiempo”, me dice; “no, en cuanto meta esto al horno aprovecho para maquillarme”, contesto. “¡Eso, y en cuanto vengas a retirar la bandeja, todo el maquillaje estropeado, por el vaho!”, me recuerda. “O no”, le digo yo; “o si, y estarás hecha un adefesio”, me responde…Al final, quisiera no haber invitado a nadie, no tener prisa, y ponerme a ver la tele comiéndome cualquier cosa, para ver si él me deja en paz y se duerme un rato. Pero no se va a dormir o, lo que es peor, despertará en cuanto empiece a aburrirme y volverá a la carga, y lo sé.


Hasta que he dado con la solución: mirarle cara a cara, en vez de resistirme a su voz e intentar huir. Cuando empieza a torturarme con su cháchara, ya no le eludo, le observo. No le juzgo, no le acuso, no le trato con ira o cansancio; solo le observo. Llega y empieza a murmurarme cosas, cosas para desestabilizarme, apoderarse de mi ánimo, apartarme de lo que estoy haciendo, y yo le dejo venir, pero no le sigo. Le imagino como esas nubes blancas que circulan raudas, los días de verano; pasan y ya está, pues con él lo mismo, que pase y ya está. Se calla al momento.


Últimamente, hasta soy capaz de sonreírle, por dramático que se ponga. Él intenta soltar su perorata- a veces ataca muy duro, el muy ladrón- y yo empiezo a pensar en lo que estoy haciendo, pero dejándole estar, dejándole hablar, mientras le sonrío. Consigo centrarme en lo fresca que es el agua, si abro un grifo, o me fijo en el entorno, sin emitir juicios que me lleven a otro laberinto mental, solo mirando, sintiendo, sonriendo. Al poco me doy cuenta de que se ha callado, y me siento bien, viva, centrada, alegre, íntegra y…muy viva.


Intentadlo vosotros, si os molesta su voz. Suele funcionar, con un poco de práctica y paciencia….Y, no me digáis que no le conocéis, porque siempre le tenéis dentro, como yo; algunos le llaman cosas tan ridículas como “Pepito Grillo”, conciencia, o pensamiento analítico…, pero os creéis que sois vosotros mismos.